Algo que pensé que ya había trabajado suficiente en terapia, libros, journaling y conversaciones con amigos, amantes y parejas ha vuelto de nuevo: el apego ansioso.
Uno de los episodios que más marcó mi adolescencia fue el esfuerzo extremo por mantener relaciones que no eran sanas para mí. Daba atención, afecto y hasta mi cuerpo físico a cambio de migajas disfrazadas de amor. No conocía los límites ni sabía cómo se siente el amor de verdad. Mi lógica era: “Si me ves, si me deseas, si te gusto… entonces existo”.
Hoy leo esas palabras y me da asqueo un poco, porque sé que ese patrón sigue apareciendo en mi presente, solo que ahora tiene otros disfraces. Y uno de ellos es el vínculo con mi cuerpo. Me doy cuenta de que, a veces, quiero mostrar mis curvas, vestirme de cierta manera, compartir ciertas fotos con personas no desde una autenticidad libre, sino desde una necesidad inconsciente de ser vista.
Una parte de mí lo sabe. Esa parte que observa y se da cuenta de que esta distracción me está costando mi tiempo, mi creatividad y mi preciada atención. Tres cosas que son vitales para mi vida.
Curiosamente, personas de mi pasado han vuelto. Como si la vida me dijera: “Aquí tienes otra oportunidad. ¿Qué eliges ahora, con las herramientas que ya tienes y con el nivel de conciencia que has construido?”
Pero no vuelven de cualquier forma. Vuelven con los mismos argumentos, las mismas dinámicas sutiles que antes me hacían caer directo en la herida: la de mostrarme, sobreesforzarme, darlo todo… con la esperanza silenciosa de ser elegida, de ser amada.
Y una de las cosas que más me confronta es ver que, cuando es mi momento de recibir, no hay la misma reciprocidad. Mientras yo doy presencia, palabras, interés genuino, cuando pido algo de vuelta, lo que recibo es poco. Como si mis necesidades no tuvieran el mismo valor.
Uno de mis lenguajes del amor es la curiosidad: sentir que alguien se interesa de verdad por mí, que quiere conocerme a través de sus preguntas, que le importan mis procesos, mis sueños, mis heridas.
Y entonces, en mi intento de mostrar cómo quiero ser amada, soy yo quien empieza a preguntar, a cuidar, a indagar… pero no siempre recibo lo mismo. Y me quedo con esa sensación silenciosa de frustración, como una niña que extendió las manos abiertas y se quedó esperando que alguien las llenara.
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El proceso de sanar el apego ansioso no es rápido, ni cómodo. Requiere valentía. Porque implica mirar con honestidad las partes de ti que todavía creen que para recibir amor tienes que sacrificarte. Implica recordar que no hay ningún ser humano que pueda llenar ese vacío. Solo tú puedes hacerlo desde la presencia y la conexión con algo más grande.
Y por si tú también estás viviendo algo similar, solo quiero decirte: no estás rota. No hay nada malo contigo. Lo que estás viviendo es una oportunidad para recuperar partes valiosas de ti que quedaron atrapadas en el pasado, y darles un lugar nuevo en tu presente.
Un recordatorio (para mí y para ti)
Tu valor no se mide por cuánto puedes dar, sino por cuánto puedes sostenerte a ti misma cuando decides dejar de mendigar amor.
El patrón está presente, sí. Pero tú no eres el patrón. Eres la mujer que está despertando.
Has visto algo claro: un patrón, una herida, una forma de vincularte que ya no quieres repetir. Y aunque el dolor siga, no puedes volver a ser la misma de antes, la que no lo veía, la que justificaba todo, la que se negaba a sí misma por encajar o recibir migajas.
Ese darse cuenta —aunque duela, aunque parezca una “recaída”— es un paso hacia adelante. Una vez que algo se ve, no puede “desverse”. Y eso es lo que no se deshace. Estás despertando, y eso tiene una fuerza que ni tú puedes frenar.
Estás más cerca de tu verdad, incluso si por momentos eso se siente como pérdida o tristeza.
Y eso, a largo plazo, es amor propio en acción.
Cada vez que sientas la urgencia de mostrarte para recibir amor, detente un momento y obsérvate con honestidad y pregúntate: “¿Estoy buscando conexión o validación?”
Y si la respuesta es validación, vuelve a ti. Respira. Llora si hace falta. Escribe. Habla con tu parte herida como si fueras su madre o su amiga. Recuérdale que no necesita mendigar amor porque ya es digna de recibirlo, incluso si aún nadie afuera sabe cómo dárselo como tú lo necesitas. No olvides que buscar un profesional siempre es un buen plan.
Que estas palabras te abracen si realmente las necesitabas leer.
Nos vemos pronto.
Valen.